GARISENDA, EL BAR AL LADO DEL NORMANDIE
A un costado del Cine Normandie se encuentra el Bar Garisenda. El cartel que lo bautiza, subtitula Restobar universitario, pero como hoy es el partido de la selección chilena de fútbol contra la de Paraguay, los parroquianos no son precisamente universitarios.
Los dos televisores que sintonizan los momentos previos al encuentro deportivo están colocados en los extremos del local. Son las 10.25 de la noche y la temperatura promedio del día fue de 18°C.
Hay cinco mesas, cuatro están ocupadas y en el subsuelo están los comedores. La más cercana a la puerta está habitada por 6 trabajadores que se aprestan a entonar un “Puro Chile…” con sudor etílico y nacionalista. La mesa que sigue la ocupo yo. La siguiente, 5 travestis que brindan un descanso con cervezas Heineken. En el último puesto se sitúa un solitario contertulio que espera el partido con ansias y una Escudo de litro. La barra está vacía.
Lo más barato para beber es el trago que tiene el solitario personaje. Cuesta mil 300 pesos.
El restobar lo atiende Carlos, un joven moreno, y doña Marisa, la dueña. Es una vieja con pinta de tanguera que usa lentes de sol a toda hora. Dice, entre sonrisas, que es para que los clientes no se desmayen con la belleza de sus ojos. Tiene hace doce años el local, pero antes trabajaba en él haciendo la caja solamente, cuando su tío era el propietario.
Tal vez sea la hermandad furtiva y fútil del breve patriotismo futbolero, pero todos los parroquianos se conversan entre sí. Y no sólo de la pelota en los pies de los paraguayos. Los trabajadores son clientes habituales, porque llaman a Carlos por su nombre. Los travestis parecen conocer de antes a doña Marisa, por la misma razón.
El interior del local está adornado con afiches de películas clásicas. “Psicosis”, de Hitchcock. “El pibe”, de Chaplin. En el fondo, el local tiene un programador de música. Tal vez con una clientela universitaria podría pasar por un bar de la intelectualidad. Pero la distensión de ahora y las cervezas que se beben hacen entender que la comunión, por incidental que sea, es de las que llaman “del pueblo”.
No es un bar donde Jorge Teillier hubiera escrito sus mejores poemas, pero se está mucho mejor que en la pura compañía de Schiappacasse adentro de la televisión. Seguramente hoy y cualquier otro día.
(Por Pablo Inostroza)
A un costado del Cine Normandie se encuentra el Bar Garisenda. El cartel que lo bautiza, subtitula Restobar universitario, pero como hoy es el partido de la selección chilena de fútbol contra la de Paraguay, los parroquianos no son precisamente universitarios.
Los dos televisores que sintonizan los momentos previos al encuentro deportivo están colocados en los extremos del local. Son las 10.25 de la noche y la temperatura promedio del día fue de 18°C.
Hay cinco mesas, cuatro están ocupadas y en el subsuelo están los comedores. La más cercana a la puerta está habitada por 6 trabajadores que se aprestan a entonar un “Puro Chile…” con sudor etílico y nacionalista. La mesa que sigue la ocupo yo. La siguiente, 5 travestis que brindan un descanso con cervezas Heineken. En el último puesto se sitúa un solitario contertulio que espera el partido con ansias y una Escudo de litro. La barra está vacía.
Lo más barato para beber es el trago que tiene el solitario personaje. Cuesta mil 300 pesos.
El restobar lo atiende Carlos, un joven moreno, y doña Marisa, la dueña. Es una vieja con pinta de tanguera que usa lentes de sol a toda hora. Dice, entre sonrisas, que es para que los clientes no se desmayen con la belleza de sus ojos. Tiene hace doce años el local, pero antes trabajaba en él haciendo la caja solamente, cuando su tío era el propietario.
Tal vez sea la hermandad furtiva y fútil del breve patriotismo futbolero, pero todos los parroquianos se conversan entre sí. Y no sólo de la pelota en los pies de los paraguayos. Los trabajadores son clientes habituales, porque llaman a Carlos por su nombre. Los travestis parecen conocer de antes a doña Marisa, por la misma razón.
El interior del local está adornado con afiches de películas clásicas. “Psicosis”, de Hitchcock. “El pibe”, de Chaplin. En el fondo, el local tiene un programador de música. Tal vez con una clientela universitaria podría pasar por un bar de la intelectualidad. Pero la distensión de ahora y las cervezas que se beben hacen entender que la comunión, por incidental que sea, es de las que llaman “del pueblo”.
No es un bar donde Jorge Teillier hubiera escrito sus mejores poemas, pero se está mucho mejor que en la pura compañía de Schiappacasse adentro de la televisión. Seguramente hoy y cualquier otro día.
(Por Pablo Inostroza)
No hay comentarios:
Publicar un comentario